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martes, 12 de octubre de 2010

Transtornos


Observo la calidez de la noche por la rendija de mi ventana

un par de aves canturrean mi nombre vagamente en la amplia penumbra,

Percibo a la ilusa mariposa danzar en círculos en el jardín,

A el pequeño grillo que entona su dulce canción de cuna,

Y al dulce gato que desde un rincón lo asecha.

Distingo el afable olor a lluvia.

Presa por las paredes del hospital

Me descubro nuevamente en el dormitorio,

Donde solo se cuelan esos canturreos de las aves

Repiten mi nombre incesantemente,

Una y otra vez

Nunca me canso de ellos,

Al menos me hacen compañía

Y me recuerdan algo que la luna seguramente me obligo a olvidar.

Solo deseo ansiosa que la noche me abrase y me haga suya

para escuchar los murmullos de las aves,

Maldigo el silencio de la habitación en los crepúsculos

Dan paso a los gritos de aquellos que nunca fueron escuchados,

Se quejan, me reclaman, me buscan,

El tormento se convierte en el más sosegado de mis sentires

Y nuevamente me dispongo a esperar con ansias la noche,

a las aves que susurran mi nombre incesamente,

Me recuerdan que vivo,

Que no soy los delirios de un demente,

Que no solo soy los desvaríos de un ser trastornado.

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